El papel de liar



Todo comenzó cuando los europeos llegaron al continente americano y aprendieron las costumbres indígenas, entre las cuáles estaba la acción de respirar y expulsar humo. Superado el shock inicial, los invasores españoles se aficionaron rápidamente a fumar, y regresaron a sus hogares con la nueva planta y así poder poner en práctica este nuevo arte. El cigarro puro, la pipa o más tarde el rapé, serían las maneras convencionales de consumirlo. Hasta que los menos afortunados, deseosos también de echarse unas caladas, descubrieron que en la basura de las fábricas de tabaco se podían encontrar los trocitos sobrantes de la confección de vegueros. Así, envolviéndolos en papel, fué como nació el cigarrillo. No obstante, el papel de los siglos XVI y XVII debía ser de un grosor suficiente para convertir en una pequeña planta incineradora a cualquier fumador. Y ahí es cuando nace el llamado papel de ensigarrar o papel Barcelona, que revolucionó la forma de fumar del continente español, conocido desde entonces por sus extraños pitillos.

Las localidades de Manresa, Barcelona y Capellades se convertirían en las principales fabricantes de este nuevo producto, del que hablaban con sorpresa los primeros turistas que, a finales del siglo XVIII, comenzaban a transitar por la Península. A diferencia del resto de Europa, aquí causaba furor el tabaco picado, enrollado en papel hasta formar un cigarro. Aquellos ilustrados viajeros relataban estupefactos que nuestros lejanos parientes se tragaban el humo, quizá para aliviar el hambre que pasaban. Y que era de la mayor distinción liarse un cigarrito y compartirlo con el huésped o amigo de turno. De forma muy similar a como la juventud sigue haciéndolo hoy en día.

De hecho, fuera de nuestras fronteras nadie había fumado un pitillo hasta la invasión napoleónica, cuando los soldados del Gran Corso extendieron la afición por todo el continente. Esta moda cobró un auge inesperado en Francia, donde el papel catalán alcanzó una gran popularidad. Hasta tal punto que, en nuestro país vecino, la reina María Amelia pasa por ser la inventora del cigarrillo, y aún se recuerda al emperador Napoleón III como l'homme de la cigarette. En aquellos años, catalanes y levantinos dominaban el mercado del papel de fumar. Y así hubiera seguido si inventores como Narcís Monturiol o el norteamericano James Bonsack, a finales del siglo XIX, no hubiesen inventado la máquina rellenadora, con la que los cigarrillos pasaron a tener su actual apariencia industrial.

Mientras el tabaco, tras la I Guerra Mundial, se convertía en un producto de consumo masivo, el liado artesanal volvía a ser una rareza peninsular. Quizá por ello, la primera edición de las Greguerías de Ramón Gómez de la Serna tenía una portada compuesta por librillos de papel Jean, à la mode del cubismo. Y durante la Guerra Civil, franquistas y republicanos cambiaban tabaco canario por papel de fumar hecho en Alcoy. La anécdota de aquellos años la puso el gran filósofo ruso Mijaíl Bajtin, quien, condenado por Stalin a un exilio forzoso en un lugar donde no había estancos, se vio obligado a fumarse su monumental ensayo sobre Goethe, mecanografíado en papel cebolla, confiando en otro manuscrito guardado en Moscú que desapareció tras un bombardeo. Una obra del pensamiento que como el humo se fue.

En la actualidad un papel de fumar o papel de liar, es un papel que se utiliza exclusivamente para liar cigarrillos ya bien sean de tabaco, cannabis, etc. El papel de fumar tiene un extremo engomado para facilitar el pegado a la hora de enrollarlo, con un gramaje que oscila entre 12 y 25 g/m² en función de su composición, marcas y usos. Actualmente hay algunas marcas de Brasil que utilizan papel totalmente transparente o algunas como Raw que ofrecen una amplia variedad de papel ecológico y natural. Cataluña a día de hoy es una de las mayores productoras mundiales del sector, Smoking Papers de Miquel y Costas ha conseguido posicionarse como la marca mas consumida a nivel mundial.

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